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Isla de las Palabras Perdidas

Apuntes sobre cine, teatro, literatura y música en forma de cartas a aquellos que lo hicieron posible.

Sobre "El chico de la última fila" de Juan Mayorga (2006)

5/5/2020

1 Comentario

 
Querido Juan;

No me coges el teléfono, te escribo, ¿sigue en pie lo del viernes por la noche?, ya me cuentas. Hablé con François sobre la peli. No sé qué te habrá parecido. Discutí con él bastante tiempo. Ya sabes cómo somos los directores, encantados de compartir nuestro trabajo y poner en duda las decisiones tomadas. Te cuento un poco:

En tu obra, tardamos poco en entender que vivimos a través de los ojos de Germán y, por consiguiente, que las visitas a la casa de los Rafa se efectúan a través de la lectura de los textos y no desde la propia vivencia de Claudio. Es decir, aseguras el punto de vista en Germán y así acostumbras al lector a esos saltos de espacios y tiempos sin necesidad de mayor explicación. Esto no solo lanza un gancho infalible de atención e interés frente a la obra sino que hace funcionar todo el mecanismo de identificación y meta lectura que propones.

Le comentaba a François que son esos los rasgos que, en mi opinión, dotan a la obra de su carácter propio. Insisto en esa interesantísima relación que establece el lector con Germán. Lo poco que cuesta ser él y dar por hecho su entorno. Asumimos relaciones y dinámicas hasta el punto de caer, al igual que el propio personaje, en descuidar las consecuencias de ese interés obsesivo con los escritos del chico. Nos descubrimos conscientes de estar cayendo en una hipnosis de la que no queremos escapar.

A la hora de la interpretación, ya sea propia o con el motivo de una adaptación cinematográfica, los huecos que dejas son más de los que uno se plantea durante la lectura. Por así decirlo, sabemos menos de lo que deberíamos pero lo justo para lo que nos interesa. Cuando le señalé la decisión de introducir la trama del interés sexual y/o amoroso del personaje de Rafa hacia Claudio, me respondió de una manera muy clara, “solo hago explícito lo que se sobreentiende del texto”, y creo que esa decisión de mostrar es lo que me lleva a vivir una experiencia bastante alejada de la lectura.

Lo que le venía a decir, querido Juan, es que me parece que la propuesta audiovisual no ayuda a construir y a elevar la lectura sino que me distrae y me aleja de la narración. Me parece interesante y acertado en momentos, como las apariciones físicas de Germán en las vivencias de Claudio dentro de la casa o las decisiones de casting, pero echo de menos ese punto de vista acentuado que tanto te engancha de la obra.

Le conté que tanto su película como tu obra me han ayudado a pensar en el proyecto en el que estoy trabajando estos últimos meses. El poder de la decisión de no mostrar y la confianza en las imágenes que muchas veces cuesta encontrar. La fuerza del personaje de Juana, por ejemplo, se me diluye al tratar de atender a sus vivencias personales. Vivencias que ya me imaginaba por su manera de hablar con su marido o de interpretar la lectura y que solo me causan distracciones.

Creo que me estoy repitiendo Juan, y encuentro poco sentido en mis palabras. Pienso en concentrar la narración bajo el punto de vista de Germán, como hace la obra, y así entrar poco a poco en el mundo audiovisual del personaje y de las construcciones que hace, de Rafa, de la familia de Rafa, de Claudio. Acentuar la obsesión por esa proyección que acaba chocando y reflejándose en su propia vida sin darse cuenta. Porque esencialmente solo vemos a Rafa, en su casa y en el insituto, pero cuando entramos en su cabeza y en esas lecturas es cuando empezamos a ver el resto, pero siempre desde Germán y lo que lee y lo que interpreta, olvidándonos de que puede no ser la realidad.

Pienso que eso respeta más lo que sentí al leer la obra y así se lo cuento a François. Pero tienes que hablar con él, su mirada es muy interesante.

Vuelvo a trabajar en mi proyecto. Trataré de apostar ferozmente, sin miedo y confiando en las imágenes.

Un saludo;

Lucía

a 5 de mayo de 2020
1 Comentario

Sobre "Tan solo el fin del mundo" de Jean-Luc Lagarce (1999)

26/4/2020

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​“Me gustaría irme, pero no puede ser, no sé cómo explicarlo, cómo decirlo, entonces no lo digo”

​​Querido Jean-Luc;
​

Te voy a decir una cosa: me he mareado. Por eso ahora te escribo con una cerveza, ¿a quién se le ocurriría leerte un viernes por la noche? La verdad es que dadas las circunstancias no me parecía una mala idea pero, pandemias a parte, un viernes por la noche sigue siendo un viernes por la noche, y uno no puede leerte.

Así que estaba yo en mi mesa a las nueve de la noche tratando de entender tus palabras. Porque siempre has sido así ¿sabes?, callado, tímido y luego, como si nada, escribes una obra como esta. Y créeme cuando te digo, querido Juan, que, si tuviera esa habilidad, te contestaría con tus mismas formas. Si hay algo que me altera profundamente es esta necesidad de rellenarlo todo con palabras. Como si la presencia no fuese suficiente. Porque uno muchas veces no sabe como se siente, lo sé, me ha pasado, y uno intenta que el otro lo note y, a veces, a uno solo le sale hablar -entre unos y ceros parezco un ordenador, disculpa-. Lo que quería decirte es que no los culpo, a ellos, a tus personajes. Cómo no van a hablar de esa manera si no conocen otra. Igual te culpo a ti, un poco, por meterme contigo solo, porque tú sí sabes cómo se sienten, y en vez de darles otras herramientas, solo les das palabras. A mí, personalmente, me funcionan más los silencios.

Así que estaba en mi mesa, a las nueve de la noche tratando de entender tus palabras y pensé, a mí, personalmente, me funcionan más los silencios. Y luego caí en la cuenta - atento Juanito que esto te va a gustar- ¡caí en la cuenta de que tu obra está llena de silencios! Estaba mareada y me acordé de que tu madre decía siempre que ojalá haberte llamado solo Lucas, que ponerte el Juan delante te dio demasiada prepotencia con las palabras. Igual por eso siempre discutíamos si jugar al fútbol o a los super-héroes, tu querías ganarme en tu campo, y yo en el mío. Pero ahora te he pillado. He encontrado los silencios en tus palabras. Igual no era tan difícil, pero era viernes, ya sabes, y un viernes por la noche, uno no puede leerte.

Mareada pensaba, cuando todos hablan, no puede haber silencios. Que no digo que no se escuchen, porque hasta cuando no lo hacen, necesitan saber cuándo pueden hablar y en eso el oído les ayuda. Así que están ahí los tres con la oreja pegada, o los dos, o los cuatro, para ver cuándo el restante deja de estimular sus cuerdas vocales y se presenta la oportunidad de reprochar, o ignorar, o insultar, o molestar, o agradecer. Pero cuando son solo dos, todo cambia. Que por cierto, no costaba nada decirnos dónde y cuántos estaban en cada conversación, eh, Juan, que menudo lío. Pero bueno, uno, en medio del mareo, lo acaba pillando.

Así que es la primera vez que respiro - y cuando me noto mareada, por cierto-. Entre malentendidos, disputas y riñas, uno habías dado tiempo siquiera de imaginarse la casa, y ya ni contarte la apariencia física de cada familiar. Imagínate que son todos pelirrojos, o que los hombres tienen una barbilla repuntada o las mujeres las manos especialmente ásperas. Pues nos hubiera ayudado, Juan, pero tú tenías otras armas. Como si de un campo de paintball se tratase, las emociones, en colores, sobrevuelan las habitaciones tratando de alcanzar su objetivo. Incluso las voces reconciliadoras esconden puñales por la espalda. Y yo, mareada, sigo tratando de distinguir el amigo del enemigo.

Así que es la primera vez que respiro y, mientras trato de resguardarme de las dichosas bolitas de colores que tanto escuecen, me doy cuenta de que ya no escucho disparos. Como no aprendo, me atrevo a pararme y asomar la cabecita y lo que veo me sorprende. Son solo dos, Louis y Suzanne. Ahora les reconozco: ella me recuerda a mi hermana, alta, esbelta, pálida, con un gesto triste y para mí, la más fuerte de la casa, aunque entendería que no opinases lo mismo; y luego él, clavado en una silla, mirándola, sabiendo que no puede ser de otra forma, ella habla y él escucha y sabemos, todos, que no podría ser de otra forma.


Suzanne y sus palabras no han dejado de ser más claras o menos sinceras que antes, pero respiran en un ambiente distinto. Sigue placentera y nerviosa, sin saber cómo articular lo que quiere decir, y lo que no quiere sentir. Creo que ya sabes, Juan, por qué mi empatía, inevitablemente, aterriza en este momento, con ella, pero no es lo único que pasa. Siento el silencio que, personalmente, más me funciona. La sinceridad del contexto de escucha que me hace parar y entender. Respirar. Entender el perdón que ella necesita, de sí misma y de su hermano. Les empujas a un lugar inevitable que tanto ellos como nosotros necesitábamos. Un lugar donde pueda asomar una verdad, por fin. Y mira que sigues sin mencionarlo, pero cuando una persona habla y la otra escucha, ya sabemos dónde estamos, a dónde, inevitablemente, hemos llegado.

No es la única vez que lo haces, esto. Supongo que lo sabrás. Dotas a todos los personajes de estos momentos, donde las palabras dejan de hacer ruido y escuchamos su verdad. Donde se dan la oportunidad de perdonarse y perdonar al otro. Posiblemente no estés del todo de acuerdo pero se me ha acabado la cerveza y ya no sé hablarte de paintball.

¿Te acuerdas cuando nos comunicábamos por cartas?, yo me acuerdo. Uno escribe y el otro escucha. Esa era la exigencia del medio que tanto adorábamos. Ahora entre mensajes y llamadas parece que estamos más presentes el uno para el otro, pero no es así. Solo es ruido.

Ahora entiendo un poco mejor tus silencios, los de mi familia, los de la tuya. Te lo agradezco. Espero que funcione la obra, tengo ganas de verla representada, aunque llevaré un ibuprofeno por si vuelven los dolores de cabeza, no lo dudes.
Saluda a tu madre de mi parte. Nos llamamos pronto, supongo, pero no dejes de escribirme, por favor.
Con cariño,

Lu 


a 26 de abril de 2020
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Sobre "Muerte de un viajante" de Arthur Miller (1949)

2/3/2020

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​Querido Arthur;

Me ha llegado tu manuscrito. Entiendo que haya tardado tanto, y me alegra que sea ahora el momento de leerlo. Antes no lo hubiera entendido.

La verdad es que me he pasado la mitad de la lectura enfadada. Ese primer acto tan explícito y explicativo... Willy está cansado y lo entiendo, pero, ¿nos querías cansar a nosotros también?, ¿que nos caiga mal?, ¿que sintamos lástima por él?, ¿que le despreciemos y que luego nos ataque la culpabilidad?. Puede que hayas conseguido algo cercano, pero no sé si me parece muy justo.
​

Desarrollar la obra alrededor de un personaje tan consumido y encerrado en su propio fracaso me coloca, desde el primero momento, en un lugar crítico hacia él y su situación. Le veo tan condenado que, automáticamente, pongo el foco en cómo sus procesos afectan a sus seres queridos. ¿Cómo sino voy a pretender avanzar en la obra?, ¿mediante el regodeo en el dolor y la paranoia de William? no me parece adecuado. De hecho, me parece hasta una falta de respeto hacia el lector y hacia los personajes. Si bien entiendo que parte de tu intención pasa por señalar los estragos que los sueños impuestos y promovidos por una sociedad pueden tener en una persona, me parece que colocar la narración en un personaje tan acorralado e inconsciente, es un artilugio que te ayuda más a ti que al lector. Si el mensaje está dirigido a ese mismo individuo, inconsciente, va a ser incapaz de conectar con la historia y el personaje, o incluso llegar a terminar la obra; y si, por el contrario, va a los que lo sufren, la identificación sería tan clara que, no solo el resto de la lectura sería frustrante, sino que la poca esperanza que puedan buscar, es totalmente aniquilada al final. Literalmente.

Pienso en algo y te hablo de ello:

1949. EEUU. Linda, 57 años, casada y el oficio del hogar como profesión. Willy, su marido, que trabaja como viajante, vuelve prematuramente de uno de sus destinos. Le ve cansado y preocupado, en un bucle de recuerdos y sueños frustrados. No es la primera vez que Willy actúa de esta manera, pero nunca había sido un impedimento para hacer su trabajo. El acercamiento que Linda vivirá hacia su marido, con el objetivo de entenderle y ayudarle, le harán poner en duda una serie de realidades que nunca se había cuestionado. Su familia no estaba también como parecía: las dificultades económicas siempre han estado presentes pero lo que descubre es un problema que no se soluciona con dinero. A través de conversaciones con Willy, y sus hijos, Biff y Happy, empieza a revivir recuerdos de una manera distinta que la harán entrar en un bucle semejante al que atormenta a su marido. Comenzará un enredo de decisiones que tomarán, de manera cada vez más precipitada, tanto Linda como sus hijos con el fin de ayudar a Willy. Atrapada en cárceles que escapan de puertas y cerrojos y con sentimiento de culpa que florece ante la incapacidad de ayudar a sus seres querido, asistirá al suicidio de su marido y así, al réquiem de la obra.

De alguna manera, lo que me apetecía es abandonar el punto de vista de William y, aunque tu propuesta de estructura a través de esa sucesión de recuerdos que nos abren la puerta a su mente paranoica y trastornada, sea lo que más me guste, creo que sacrificar el resto de puntos de vista por esta operación narrativa no merece la pena. ¿Cuáles otros podríamos explorar?

Primero pienso en Biff. Es el único de la familia que, al final de la obra, entiende que la única forma de no verse consumido por el dolor y el fracaso es alejándose de su padre. Es un arco de personaje interesante. El pasar por un trauma grande fundado en los problemas personales de su progenitor nos ayuda a generar un punto de esperanza potente: esa intención, durante toda la obra, de entender a su padre y el sentimiento de rechazo que este le genera. Comprendo que esto es exactamente lo mismo que vive nuestro protagonista, siendo su progenitor la sociedad y traduciendo el “alejarse de su padre” como el suicidio. Pero, desde Biff, la historia propone una búsqueda y una solución, mientras que ahora, lo que hace, es sentenciar.

Pienso también en contarlo desde Linda y me resulta muy atractivo. Creo que el maltrato hacia su personaje es más que evidente, sobre todo desde los ojos de una mujer viviendo en el año en el que vivo. Habría que hacer un estudio del extenso viaje emocional por el que ha pasado. Mientras el de Biff está reflejado, con más o menos desarrollo, el de Linda es prácticamente invisible. Veo un personaje quieto y desaprovechado. Los parlamentos que tiene son los que considero más interesantes, los que aparentan más consciencia del desarrollo de los acontecimientos viéndose así incapaz de encontrar herramientas suficientes para hacerles frente. ¿No es este el verdadero conflicto?. ¿Porqué no arrancar al personaje y convertirlo en el motor de la narración?

Emocionalmente, estas trayectorias me resultan más interesantes pero me preguntaba cómo atacar a la estructura de una historia tan fundada en los recuerdos si no es con la mente del personaje más atormentado por los mismos, cómo no perder la operación que propones.

Tanto con Biff como con Linda, nos aproximaríamos al tormento de Willy desde fuera, pero precisamente, creo que es eso lo que nos ayudaría a entenderle mejor. Aproximarse a esas frustraciones y ansiedades protagonistas en el relato desde alguien que las vive cerca pero no en primera persona, nos permite crear espacio entre ambas y así dejar margen a la reflexión y a la crítica que tanto impera en tu discurso. Como has visto, yo aposté por Linda. La persona que ama a Willy y que haría lo que fuera por él. Me parece el motor más claro y conciso. La mirada que yo tomaría. Además, de esta manera conservamos los arcos que sufren los personajes de Biff y de Happy, como antagonista y sucesor, que tanta profundidad dan a la historia.

Mi idea no es criticar el lugar al que llega Willy como víctima, sino entender cómo eso afecta directamente a sus seres queridos, algo que consigues de manera superficial pero que yo entiendo como prioritario, no solo para generar una idea más profunda de los problemas que quieres evidenciar, sino para entender mejor a los personajes, incluido a Willy.

Analizo mi postura como contemporánea a mi tiempo, propia del sobreanálisis y la autoconsciencia que prima en la sociedad que a mi me encarcela. Si esta carta consiguiera viajar a tu presente, también se vería emborronada con la tinta que mancha tu mirada. Espero que al menos te cause inquietudes parecidas a las que he tenido yo leyéndote.
​

Gracias. Te saludo;

Lucía 


a 2 de marzo de 2020
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    Lucía González Undari

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