"Mi cabeza rapada me hacía tener un look más abstracto, menos ligado a una raza, a un sexo o a una tribu determinados. Yo era negra, pero no lo era; era mujer, pero no lo era; norteamericana, pero también jamaicano-africana; era como ciencia ficción" Grace Jones Por fuera, mi madre se estremece al ver que me despojo de uno de sus bienes más queridos. Se piensa que he sido malamente influenciada. Mi padre trata de entenderme a través de referencias cinematográficas. Se acuerda de la sargento O’Neil, de Imperator furiosa o de mi querida Ripley. Mi tía piensa en las imágenes de Auschwitz o el videoclip de Sidney O’Conner. Y mis amigas fantasean con iconos queer o el coraje que creen necesitar. El resto, probablemente, pensarán que me he vuelto loca o que estoy enferma. Pero, es solo un corte de pelo, ¿no? Por dentro, el primer mechón es el que más duele. Soy pequeña, estoy en el parque cuando se acerca un chiquillo, de mi misma edad, interrumpiendo molestamente nuestro partido de fútbol. Yo jugaba demasiado bien, así que sus palabras fueron desafiantes: “si eres una chica, demuéstralo”. El pelo cae. Los veranos los pasaba en campamentos donde, ingenua de mi, osaba entrar en el vestuario con mi look “de chico”. Un acto que me exponía a cientos de miradas y bocas castradoras que me exigían encajar en su corta e ignorante visión del mundo. Teníamos 10 años. Solo quería jugar al fútbol. El pelo sigue cayendo. He crecido, ahora cubre mi cara, mi voz y mi mirada. Quise darle una oportunidad a esa figura tan ansiada. Entonces, nadie parecía tener nada en contra. En contra de una chica alta, de pelo largo rubio y ondulado. Por la calle me propusieron ser modelo. Dije que no. Pocos años han sido tan tristes. No se siente bien ser alguien que no eres, pero se siente peor no saberlo. Ya no quedan casi mechones largos que cortar. Ahora es una mujer más mayor, madura y segura la que aparece en mi memoria. Ha decidido cortarse el pelo de nuevo. Volver a ser pequeña. Ahora son señoras las que tratan de expulsarme de baños públicos (hay gente que nunca cambia). Pero, ahora, hay una sonrisa en mi cara, con orgullo y una vergüenza casi evaporada. Ondea la bandera multicolor. Parece que he encontrado la identidad soñada. Por fin. Mi cabello inunda el suelo de la habitación y el ruido de la maquinilla cesa. El espejo me devuelve un rostro desconocido y a la vez más familiar que nunca. Busco entre el cristal a aquella chica alta del pelo corto y por primera vez siento algo de miedo. No la encuentro. ¿Qué he hecho? La borrosa y potente historia de las cabezas femeninas rapadas me ataca de golpe. De la higiene al castigo, a la culpa o a la rebeldía, a la comodidad o la necesidad. ¿Qué tendré que ver yo con esas mujeres? ¿quién me creo? si no he vivido ni la mitad que ellas. No me apetece que me vuelvan a juzgar, a denigrar. A mirar, antes de escucharme. A sentir vergüenza por entrar en un baño, por jugar al fútbol, por andar por la calle. Por ser, por estar. El espejo me devuelve un rostro desconocido y a la vez más familiar que nunca, pero decido mirarle a los ojos y recuerdo por qué lo hice. Se siente… libre, poderoso. Hace poco me recordaron que para cambiar las cosas hace falta estar un poco incómodo. Y es que, hace tiempo ya que no entro dentro del canon paras los seres que piensan que las mujeres son objetos de deseo. Pero ni eso es necesario para vivir rodeada de críticas, comentarios, juicios y prejuicios a donde quiera que vaya. Y ni siquiera es solo eso. La necesidad de adoptar una identidad visual y pública es, a día de hoy, casi tan importante como ser amable, generoso o íntegro. Es absurdo. Desde que empecé a ser consciente de que ocupo un lugar en el mundo he tratado de encajar allá donde iba. Hoy se acaba. Hoy me disculpo con aquella pequeña deseosa de salir a comerse el mundo que una vez escondí entre apariencias y costumbres para protegerla de críticas e insultos. Con todas las mujeres a las que alguna vez encerré en imágenes y prejuicios silenciando sus voces. Hoy me despojo del pelo como un accesorio turístico para pensarme de otro modo. Conocerme. Hoy te reto. A que mires con otros ojos, o a que no mires, y escuches. Que recuerdes que tú también lo haces. Cambiar y crecer. Que no nos demos por hecho a través de imágenes prefabricadas y nos acerquemos esperando descubrir cosas nuevas. Quiero los frutos del esfuerzo por conocer, conocerte y conocerme. Se que no soy ni la primera ni la última que se rapa la cabeza. Pero esa es la razón por la que yo lo hago. Por todas. Por ser yo. Más yo que nunca. Al cero. Lu a 12 de sptiembre de 2021 Enlaces de interés:
3 Comments
Maite Blasco
13/9/2021 18:11:15
Has derribado el muro de lo convencional, barrer los estereotipos, y mirar al ser humano con respeto y consideración, que así sea, gracias
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Gabriel
30/9/2021 23:46:18
Lo poético se ensambla perfectamente con lo real en un relato que rezuma sensibilidad y, al tiempo, enorme valentía.
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AutorLucía González Undari Archives
February 2022
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