La ironía. Hoy estaría dándole la bienvenida al nuevo año en la Ecam. En vez de eso, me despido del último y doy un paso en una nueva dirección. Podría no ser tan dramática pero sigo queriendo estudiar cine y no puedo perder ese toque. No sé cómo lo habré exteriorizado estas semanas, pero me duele más de lo que me gustaría admitir. La escuela me ha hecho ser quien soy ahora.
Bailábamos entre rodajes. Hacíamos realidad historias de todas las formas y colores, viajando de delante a detrás de las cámaras y asumiendo cada rol como si fuera el último. Con demasiada prisa crecimos y empezamos a hablar de robar cabezas y crear sultanes. Pasamos los días entre clases, reuniones, rodajes y montajes, pero también sabíamos descansar: nuestra querida plaza guarda secretos que ni nosotros nos atrevemos a desvelar. Vivíamos como nunca: íbamos a preestrenos y fiestas, hacíamos galas de premios y copas de navidad. Reflejábamos lo que creábamos, compañeros, ¡películas! Y qué peligro, cada uno la suya, alguna más accidentada que otra. Si miro la mía, ha quedado una curiosa historia de autoconocimiento, con toques de comedia, aventura y algo de drama psicológico, seamos sinceros. Hace dos años salí de la rutina y conocí lo que es tener pasión por un oficio. He trabajado con personas que me han dado más de lo que podré devolverles nunca. He conocido el talento, la dedicación, la frustración, la desesperación, el valor y la alegría. He vivido aventuras emocionantes y una preciosa historia de amor. Pero como ya sabéis, las películas se acaban y muchas veces no con el final que nos gustaría. Siempre he creído que los buenos equipos son como las buenas familias: se protegen, se apoyan y se cuidan. Son valores que se demuestran siempre en los peores momentos. En momentos como este. Algunos dicen que era demasiado joven, yo veo que fui demasiado ingenua: ayudar y confiar no siempre es suficiente. Las películas, antes de serlo, son expectativas y todos tenemos las nuestras. Siempre he creído que los buenos equipos son como las buenas familias: se protegen, se apoyan y se cuidan. Hay quiénes lo son y te lo demuestran y quiénes no. De todo se aprende. No me enfada tener que irme, sino querer quedarme y no poder hacerlo. La tristeza y la rabia se evaporan cuando me recuerdo que todo pasa por algo. Me queda un profundo cariño y agradecimiento por todo lo que he vivido dentro de la escuela y gracias a ella. Por todas y cada unas de las personas que me han enseñado tanto durante este camino. Volveremos a vernos. Como nos dijeron una vez: la vocación tiene un lugar. Pero este ya no es el mío. Gracias. Lucía Madrid, 5 de octubre del 2020
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AutorLucía González Undari Archives
February 2022
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