Estoy mal. Me encuentro mal. Es uno de esos momentos en la vida donde te vacías. Y no pasa nada. Pero te vacías. Has tomado una decisión que te ha llevado a esto. Y claro, ahora no puedes pretender que no ha pasado. Ni arrepentirte. Porque no funcionan así las cosas. Pero te vacías.
Meses de terapia, muchas charlas con personas queridas y alguna que otra publicación de instagram me han hecho saber que en los momentos malos uno puede, y debe, pedir ayuda. Así que estos últimos días he tratado de hacerlo y llenarme un poco. En mi agenda aparecieron: la peluquera, la profe de pilates, Bad Bunny y, cómo no, mis amigas. Y todas, tranquilitas y en orden, han tratado de aparecer y ayudar. Y lo han hecho. Sin duda. Pero una está vacía y espera que cualquier cosa la llene. Y claro, eso es injusto. Así que con agujetas, un nuevo corte de pelo, más minutos en spotify y un update en la vida social de los que me rodean sigo aquí, cómo no, vacía, y encima enfurruñada. Yo sé que ahora alguien se quejará de que me esté quejando. Pero aquí mando yo y escribo lo que me da la gana. Así que me quejo. Porque no quiero sentirme mal. Porque estoy harta y cansada de pedir, de necesitar, de esperar. Porque me canso de sentirme sola y traicionada. De ser un bebé. De no poder serlo. Porque odio en todas las conjugaciones del verbo ¡Qué triste! Pero aquí estamos. Y me enfado, y me come, y no quiero, pero sí. Porque sí. Irascible, presuntuosa, egocéntrica… ¡Uf!… ¡Qué pereza! Suélteme señora, no la conozco, no sé qué quiere. Relájese, nada es tan importante. Déjelo estar. Son unas fechas malas para todos. Tómese algo y métase en la cama. Mañana será un nuevo día. Me rindo. Cierro el vídeo de youtube que estaba viendo desde hace treinta minutos y que no estaba viendo. Aparto el guion que trato de escribir desde hace semanas. Dejo el móvil, y la switch, y el kindle que he sacado porque me parecía buena idea. Lo apago todo y me quedo mirando por la ventana. Hace frío y es de noche, pero solo son las seis de la tarde. Me acuerdo de lo mucho que me apetece leer y, antes de enfadarme conmigo misma por las innumerables tardes que he decidido no hacerlo, cojo el primer libro que encuentro. Me lo regaló una amiga por mi cumpleaños. Sigue oliendo a nuevo. Lo abro despacio, tratando de que no se me escapen las ganas. Y ahí esta, en la primera página: una bonita, delicada y concisa dedicatoria. No es que no la leyese en su momento, pero no la recordaba. De pronto, esas palabras que reposaban silenciosas en mi estantería me devuelven más cariño del que me he permitido sentir estos últimos días. Y yo, vacía y enfurruñada, solo necesitaba leerlas. Sobrevaloramos recuerdos porque pensamos que solo son eso. Pero no. El amor que alguna vez estuvo ahí, sigue ahí. En el recuerdo. A través de palabras, sensaciones o imágenes; de cartas, de fotos, o de dedicatorias, sellamos aquello que alguna vez fuimos capaces de vivir y de sentir, marcando de forma permanente nuestros sentidos. En algún momento cierta marca se convirtió en la herida que ahora me hace vulnerable y egoísta en los peores momentos. Pero es que nadie dijo que fuese fácil. Dejo salir esos demonios y trato de no llenarme de lo equivocado. Dejo la rabia, el ego, el rencor. Lo intento. Me convenzo de que hoy toca vaciarse. Igual que a mi alrededor, cada uno transita por etapas diferente. A veces no coincides ni con tu familia ni con tus amigos. O igual es que no pueden ayudarte. O que necesitas algo distinto. Que te necesitas. Hoy toca vaciarse. Aprender a quererse solo. A tener paciencia y poder reconectar, poco a poco, contigo, con los que te rodean. Volver al pasado no es siempre un acto de nostalgia sino un ejercicio de recordar cómo es uno fuera de estos malos momentos. Estoy mal. Me encuentro mal. Me vacío. Me relleno. Escribo, leo y recuerdo. Estoy bien. Estaremos bien.
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AutorLucía González Undari Archives
February 2022
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